La rabia y la frustración son emociones difíciles de manejar. He encontrado que la mejor manera de lidiar con ellas es aceptándolas, enfrentándolas de frente, mirándolas a la cara riéndose.
A mi papá le costaba lidiar en privado con la rabia y la frustración. Pero no de las grandes cosas, para esas siempre fue estoico, para las cosas chicas. Lo vi romper cassettes de películas porque no entraban a la cassettera, mandar volando cosas que no funcionaban, y una vez maltratar el horno porque no lo lograba encender con los fósforos. Se enfureció la primera noche en torres del Paine cuando nos dimos cuenta que faltaban la mitad de las estacas de la carpa (en 5 minutos encontramos más de las que necesitábamos en el suelo del camping).
Cuando me di cuenta que me pasaba algo similar me propuse no ser así. Fue un proceso largo y difícil, que continúa, y en el cual me di cuenta que esos sentimientos eran inevitables e incontrolables, pero que si aprendía a reconocerlos podía reaccionar de maneras distintas a tirar los fósforos por la casa.
Mi 2019 partió el domingo 3 de marzo, cuando mi mamá llamó para contarme que mi papá había muerto. Pasaron muchas cosas este año: nació mi segundo hijo (mexicano), que mi papá hubiera estado feliz y orgulloso de conocer, entregamos un proceso para ser una empresa financiera regulada en Mexico, Chile “despertó”, entre otras cosas. Pasamos por momentos duros y otros increíblemente felices, profesional y personalmente.
Hoy se cumple un año de aquel 3 de marzo de 2019, ¡feliz Año Nuevo! Y me encuentro aprendiendo a lidiar con otro sentimiento igual de poderoso: la tristeza.
No hay forma de evitarla, no hay forma de controlarla, solo hay que tratar de enfrentarla, reconocerla y de a poco empezar a disfrutar con los otros sentimientos que nos trae.
He pasado este año aprendiendo a lidiar con una tristeza que no me esperaba, que duele por los recuerdos y momentos futuros que se sienten robados antes de tiempo, que duele por la ausencia del consejo fácil (si se estila y cuánta propina dar en un all-inclusive, por ejemplo) y de las risas por verlo enojado (como cuando mi mamá no contestaba el celular), que duele porque la última vez que lo vi fue desde una esquina concurrida de Mexico (¿hay alguna que no lo sea en esa ciudad?) con él a bordo de un Uber con cara de enojado camino al aeropuerto, algo tan casual y mundano que se siente muy injusto, y que la última vez que tuvimos una videollamada familiar no pesqué mucho por estar armando la cuna para Sebastián.
Es el primer año de muchos (espero), de aprender a aceptar este nuevo sentimiento. ¡Feliz Año Nuevo, papá!